Hace unos días, me dirigía a la estación del tren para ir a trabajar,
y en el cruce de un parking, me encontré a un chico joven invidente,
como había bolardos, le ofrecí mi ayuda, cosa que él agradeció, se asió a mi brazo
y cruzamos. Le pregunté hacía dónde se dirigía y me dijo que al apeadero, le
contesté que iba al mismo sitio, y que si le apetecía podíamos ir los dos. Me
contestó con un sí.
Por el camino fuimos charlando de trivialidades hasta que llegamos a la estación y
al ver que teníamos que bajar escaleras para ir a nuestro andén, no sé por qué razón
me empezaron a caer gotas de sudor. Se me antojó difícil bajar las escaleras con
el muchacho y su bastón. Asi que tragué saliva y para allá que fuimos bajando
despacito. Y cosa curiosa, para subir las otras escaleras y salir a nuestro andén
no sentí ningún temor. Y digo yo: qué mas da caerse rodando, que de bruces,
si el porrazo va a ser el mismo...o no?
Al llegar al andén, le dije que subía al primer vagón porque me venía mejor al llegar
a mi destino, él me dijo que no le importaba acompañarme, si al llegar a nuestro
destino, le dejaba en las escaleras que le llevaban a otro andén para coger otro tren,
ya que tenía la costumbre de subir al tercer vagón que le dejaba en esas escaleras.
Le contesté que sí, que le dejaba en sus escaleras, que no se preocupara.
Ya sentados, además de seguir charlando como si nos conocierámos de toda la vida,
le pregunté si siempre se fiaba del primero que le ofrecía ayuda, o si se había guiado
del tono de mi voz, o porque me intuía pequeñita. Y me contestó: -Depende...
Pues vaya...para una pregunta que hago...
De vez en cuando, me cogía de las manos, y me las apretaba fuertemente, pero
cualquiera decia nada!
Al final, llegamos a nuestro destino, le dejé en sus escaleras, le dí las gracias por la
compañía y le deseé un buen día.
Y qué creéis que me dijo? Nada!
Me quedé
y en el cruce de un parking, me encontré a un chico joven invidente,
como había bolardos, le ofrecí mi ayuda, cosa que él agradeció, se asió a mi brazo
y cruzamos. Le pregunté hacía dónde se dirigía y me dijo que al apeadero, le
contesté que iba al mismo sitio, y que si le apetecía podíamos ir los dos. Me
contestó con un sí.
Por el camino fuimos charlando de trivialidades hasta que llegamos a la estación y
al ver que teníamos que bajar escaleras para ir a nuestro andén, no sé por qué razón
me empezaron a caer gotas de sudor. Se me antojó difícil bajar las escaleras con
el muchacho y su bastón. Asi que tragué saliva y para allá que fuimos bajando
despacito. Y cosa curiosa, para subir las otras escaleras y salir a nuestro andén
no sentí ningún temor. Y digo yo: qué mas da caerse rodando, que de bruces,
si el porrazo va a ser el mismo...o no?
Al llegar al andén, le dije que subía al primer vagón porque me venía mejor al llegar
a mi destino, él me dijo que no le importaba acompañarme, si al llegar a nuestro
destino, le dejaba en las escaleras que le llevaban a otro andén para coger otro tren,
ya que tenía la costumbre de subir al tercer vagón que le dejaba en esas escaleras.
Le contesté que sí, que le dejaba en sus escaleras, que no se preocupara.
Ya sentados, además de seguir charlando como si nos conocierámos de toda la vida,
le pregunté si siempre se fiaba del primero que le ofrecía ayuda, o si se había guiado
del tono de mi voz, o porque me intuía pequeñita. Y me contestó: -Depende...
Pues vaya...para una pregunta que hago...
De vez en cuando, me cogía de las manos, y me las apretaba fuertemente, pero
cualquiera decia nada!
Al final, llegamos a nuestro destino, le dejé en sus escaleras, le dí las gracias por la
compañía y le deseé un buen día.
Y qué creéis que me dijo? Nada!
Me quedé
a cuadros, ojiplática, estupefacta, vamos, que pensé que me había dado una pájara
como a los ciclistas, y recordando ahora, sigo sin salir de mi asombro.
Desde luego, que pasa cada cosa...